Querida escribetequer, ya estamos en el cuarto mes de nuestro viaje anual. Hasta ahora, has creado personajes y tramas que giran en torno a un objeto misterioso y te has adentrado en las profundidades de su pasado. TambiĆ©n conoces mĆ”s algunos de los lugares donde todo eso sucede. En abril vamos a trabajar tres conceptos que te serĆ”n muy Ćŗtiles a la hora de crear narraciones menos convencionales de las que hemos visto hasta ahora.
Recuerda, cada palabra, cada personaje y cada lugar que escribes te acerca mĆ”s a ese objetivo final de un esqueleto narrativo de unas 36 000 palabras. ConfĆa en el proceso y que no se te olvide que cuentas con el grupo de Telegram y con las sesiones de miĆ©rcoles y jueves para preguntar todas las dudas que te surjan.
Te dejo dos enlaces por si todavĆa no estĆ”s segura de quĆ© es eso de un fixup:
Al episodio del podcast en el que hablamos de esto.
Al artĆculo de Johan Paz, escribetequer, sobre fixups
ĀæY para quĆ© te sirve un fixup de este tipo?
Si no estĆ”s escribiendo un proyecto mĆ”s largo, te sirve para lo mismo que los disparadores que hemos estado usando hasta ahora, es decir, para practicar, poner el cerebro creativo a funcionar y Ā”divertirte!
Si estĆ”s trabajando en un proyecto mĆ”s largo, estos ejercicios/retos te servirĆ”n para conocer mejor tus personajes, tu mundo, tus tramas, para explorar caminos de la narraciĆ³n que quizĆ” uses mĆ”s tarde y para generar un montĆ³n de material adicional que luego podrĆ”s utilizar en la promociĆ³n.
En realidad, todo son ventajas, asĆ que vamos con las normas.
Normas
La extensiĆ³n mĆ”xima de cada reto serĆ” de 3000 palabras. No hay extensiĆ³n mĆnima, pero no aceptarĆ© ni una palabra mĆ”s de 3000. Esto INCLUYE el tĆtulo.
Cada ejercicio seguirĆ” una estructura de principio, nudo y desenlace. No te preocupes mucho por esto porque las instrucciones van a ser muy precisas a este respecto.
Sigue las instrucciones de cada reto, que este aƱo van a ser un poco mĆ”s especĆficas.
Al final de cada mes asignarĆ© a cada una de vosotras un texto para comentarlo. El comentario debe ser Ćŗtil para la persona que ha escrito el texto, asĆ que se compondrĆ” de:
Un pequeƱo resumen de lo que hayas leĆdo. De esta manera la autora sabrĆ” si ha comunicado bien su mensaje.
Una valoraciĆ³n de si sigue o no las instrucciones.
Una menciĆ³n especial de lo que mĆ”s te haya gustado del relato, sea lo que sea. Hay que poner en valor los puntos fuertes.
Instrucciones
Al contrario que en otras ocasiones, este mes no voy a ser tan estricta con la regla del principio + nudo + desenlace. como hablaremos de historia, trama y estructura, me gustarĆa que, en la medida en que te veas capaz, alteres esos tres actos.
Como guĆa, tienes el curso del mes ya disponible.
Abril: y asĆ acabĆ³ todo.
Este mes no te darƩ muchas instrucciones, solo quiero que tu relatoempiece por el final, es decir, in extrema res.
Recuerda que el objeto deberĆa estar presente de alguna manera, ya sea fĆsicamente o por referencias. Y nada mĆ”s. Quiero que te centres en esta estructura, asĆ que no hay mas parĆ”metros.
como el relato debe formar parte del fixup, te recuerdo que puede pertenecer al Ā«presenteĀ» de tu historia, al pasado o a un futuro tan lejano como desees.
Te recuerdo que puedes preguntarme todo lo que necesites en Telegram.
Ā”Escribe mucho y disfruta!
Extra, por si no sabes cĆ³mo abordar este reto
Te dejo una pequeƱa guĆa paso a paso para escribir un relato desde el final.
1. Define el clĆmax de tu historia
Antes de empezar a escribir, es crucial que tengas una idea clara del clĆmax de tu historia, ya que vas a comenzar tu relato cerca de este punto. Piensa en el momento mĆ”s intenso o emocionalmente cargado de tu trama.
2. Elige un momento crĆtico para plantar ahĆ el comienzo
Selecciona un momento justo antes del clĆmax o en un punto crĆtico tan cercano al final como sea posible. Este serĆ” el punto de partida de tu relato y funcionarĆ” como gancho. AsegĆŗrate de que este momento sea intrigante y estĆ© cargado de acciĆ³n o emociĆ³n para captar el interĆ©s de inmediato.
3. Planifica los detalles importantes (o anĆ³talos cuando los descubras, si eres brĆŗjula)
Aunque comenzarĆ”s la historia cerca del final, necesitas conocer los antecedentes. Define los personajes principales, sus motivaciones, y el conflicto bĆ”sico. Entiende bien la historia para poder revelarla gradualmente a lo largo de la narraciĆ³n.
4. Introduce los elementos clave retroactivamente
Utiliza flashbacks, diĆ”logos, pensamientos internos de los personajes o el artefacto que prefieras para revelar gradualmente cĆ³mo se llegĆ³ al final, que es el punto donde has escogido empezar tu historia. Es crucial equilibrar la informaciĆ³n revelada para mantener la tensiĆ³n sin confundir a las lectoras.
5. Revisa y reestructura si es necesario
Una vez finalizado el borrador, revisa la historia para asegurarte de que la estructura Ā«in extrema resĀ» sea efectiva y no deje a las lectoras confundidas. Ajusta la secuencia de eventos y el modo en que revelas la informaciĆ³n segĆŗn sea necesario.
Ejemplo: Obediencia, de Frederic Brown
En un minĆŗsculo planeta de una estrella lejana y dĆ©bil, invisible desde la Tierra, y en el extremo mĆ”s lejano de la galaxia, cinco veces la distancia que el hombre ha penetrado en el espacio, se eleva la estatua de un terrĆ”queo. Fue construida con un metal precioso y es algo impresionante, de veinticinco centĆmetros de altura y exquisita factura.
Los bichos se deslizan sobre ellaā¦
Estaban en una patrulla de rutina en el Sector 1534, mĆ”s allĆ” de Sirio y a muchos parsecs de Sol. La nave era la consabida biplaza de reconocimiento utilizada para todas las patrullas fuera del sistema. El capitĆ”n May y el teniente Ross jugaban al ajedrez cuando sonĆ³ la alarma.
El capitƔn May dijo:
āDon, ajĆŗstala, mientras pienso esta jugada.
No apartĆ³ la mirada del tablero; sabĆa que solo podĆa tratarse de un meteoro pasajero. En ese sector no habĆa naves. El hombre habĆa penetrado mil parsecs en el espacio y aĆŗn no habĆa encontrado una forma de vida extraƱa lo bastante inteligente para comunicarse, menos aĆŗn para construir naves espaciales.
Ross tampoco se levantĆ³, sino que se volviĆ³ en la silla para mirar el tablero de instrumentos y la telepantalla. LevantĆ³ distraĆdamente la mirada y quedĆ³ boquiabierto: habĆa una nave en la pantalla. RecuperĆ³ lo suficiente el aliento para gritar Ā«Ā”CapitĆ”n!Ā» y despuĆ©s el tablero de ajedrez cayĆ³ al suelo y May mirĆ³ por encima de su hombro. Pudo oĆr la respiraciĆ³n de May y luego su voz que dijo:
āĀ”Fuego, Don!
āĀ”Pero si es un crucero clase Rochester! Uno de los nuestros. Ignoro quĆ© hace aquĆ, pero no podemosā¦
āVuelve a mirar.
Don Ross no podĆa volver a mirar porque no habĆa dejado de hacerlo pero repentinamente vio a quĆ© se referĆa May. Era casi un Rochester, pero no del todo. TenĆa algo extraƱo. ĀæAlgo? Era extraƱo, se trataba de una imitaciĆ³n alienĆgena de un Rochester. Y sus manos corrieron hacia el botĆ³n de disparo casi antes de que todo el impacto de la situaciĆ³n lo alcanzara.
Con el dedo en el botĆ³n, observĆ³ los diales del telĆ©metro Picar y del Monold. Marcaban cero.
LanzĆ³ una maldiciĆ³n.
āCapitĆ”n, nos interfieren. Ā”No podemos calcular a quĆ© distancia estĆ”, su tamaƱo ni su masa!
El capitĆ”n May asintiĆ³ lentamente, pĆ”lido.
En el interior de la cabeza de Don Ross, un pensamiento dijo:
āSerĆ©nense, hombres. No somos enemigos.
Ross se volviĆ³ y mirĆ³ a May. Este dijo:
āSĆ, lo he recibido. TelepatĆa.
Ross volviĆ³ a maldecir. Si fueran telĆ©patasā¦
āFuego, Don. Visual.
Ross oprimiĆ³ el botĆ³n. La pantalla quedĆ³ cubierta por una llamarada de energĆa y cuando esta cesĆ³, no habĆa restos de nave espacialā¦
***
El almirante Sutherland dio la espalda al grĆ”fico estelar colgado de la pared y los estudiĆ³ agriamente desde debajo de sus pobladas cejas. Dijo:
āMay, no me interesa refundir su informe. Ambos han estado sometidos al psicĆ³grafo; hemos extraĆdo de sus mentes hasta el Ćŗltimo segundo del encuentro. Nuestros lĆ³gicos lo han analizado. EstĆ”n aquĆ por razones disciplinarias. CapitĆ”n May, Āæconoce el castigo por desobediencia?
āSĆ, seƱor āreconociĆ³ May tensamente.
āĀæCuĆ”l es?
āLa muerte, seƱor.
āĀæY quĆ© orden desobedeciĆ³?
āOrden General Trece-Noventa, SecciĆ³n Doce. Prioridad Cuadrado-A. Toda nave terrestre, sea militar o de otro tipo, tiene la orden de destruir inmediatamente y al verla a cualquier nave extraƱa que encuentre. Si no lo hace, debe volar hacia el espacio extraterrestre, en una direcciĆ³n no exactamente contraria a la de la Tierra, y continuar hasta que se le acabe el combustible.
āĀæY por quĆ© motivo, capitĆ”n? Lo pregunto simplemente para averiguar si lo sabe. Desde luego, no es importante y ni siquiera relevante si comprende o no el motivo de cualquier disposiciĆ³n.
āSĆ, seƱor. Para que no exista la posibilidad de que la nave extraƱa siga a la nave avistada hasta Sol y se entere asĆ de la situaciĆ³n de la Tierra.
āPero usted desobedeciĆ³ esa disposiciĆ³n, capitĆ”n. No estĆ” seguro de haber destruido al extraƱo. ĀæQuĆ© puede decir en defensa propia?
āNo lo consideramos necesario, seƱor. La nave extraƱa no parecĆa hostil. AdemĆ”s, seƱor, debĆan conocer nuestra base; al hablarnos nos llamaron Ā«hombresĀ».
āĀ”TonterĆas! El mensaje telepĆ”tico fue enviado por una mente extraƱa, pero recibido por las de ustedes. Sus mentes tradujeron automĆ”ticamente el mensaje a nuestra terminologĆa. Ćl no sabia necesariamente el punto de origen de ustedes ni que eran humanos.
El teniente Ross no tenĆa por quĆ© hablar, pero preguntĆ³:
āSeƱor, por lo tanto, Āæno se cree que fueran amistosos?
El almirante resoplĆ³.
āTeniente, ĀædĆ³nde se entrenĆ³? Parece haber pasado por alto la premisa mĆ”s elemental de nuestros planes de defensa, el motivo por el cual desde hace cuatrocientos aƱos patrullamos el espacio en busca de cualquier vida extraƱa. Todo extraƱo es un enemigo. Aunque hoy se mostrara amistoso, ĀæcĆ³mo podemos saber que lo serĆ” el aƱo que viene o dentro de un siglo? Y un enemigo potencial es un enemigo. Cuanto mĆ”s rĆ”pidamente sea destruido, mĆ”s segura estarĆ” la Tierra. Ā”Analice la historia militar del mundo! Como mĆnimo, demuestra eso. Ā”Piense en Roma! Para estar a salvo, no podĆa permitirse el lujo de vecinos poderosos. Ā”Y en Alejandro el Grande! Ā”Y en NapoleĆ³n!
āSeƱor āintervino el capitĆ”n Mayā, Āæestoy bajo pena de muerte?
āSĆ.
āEntonces mĆ”s vale que hable. ĀæDĆ³nde estĆ” Roma ahora? ĀæY el imperio de Alejandro o el de NapoleĆ³n? ĀæY la Alemania nazi? ĀæY el tiranosaurio Rex?
āĀæQuiĆ©n?
āEl antepasado del hombre, el mĆ”s resistente de los dinosaurios. Su nombre significa Ā«rey de los saurios tiranosĀ». TambiĆ©n pensaba que todos los demĆ”s seres eran sus enemigos. ĀæY dĆ³nde estĆ” ahora?
āCapitĆ”n, Āæes todo lo que tiene que decir?
āSĆ, seƱor.
āEntonces lo pasarĆ© por alto. Un razonamiento falaz y sentimental. No estĆ” bajo pena de muerte, capitĆ”n. Simplemente respondĆ que sĆ para averiguar lo que decĆa, hasta dĆ³nde llegaba. No se muestra piedad con usted a causa de una tonterĆa humanitaria. Se ha encontrado una circunstancia realmente atenuante.
āĀæPuedo saber cuĆ”l, seƱor?
āEl extraƱo fue destruido. Nuestros tĆ©cnicos y lĆ³gicos lo han averiguado. El Picar y el Monold funcionaban correctamente. El Ćŗnico motivo por el cual no registraron ninguna seƱal se debiĆ³ a que la nave extraƱa era demasiado pequeƱa. Pueden detectar un meteoro que pesa nada mĆ”s que dos kilos y cuarto. La nave extraƱa era mĆ”s pequeƱa.
āĀæMĆ”s pequeƱaā¦?
āIndudablemente. Ustedes pensaron en la vida extraƱa en tĆ©rminos de nuestro tamaƱo. No existen razones por las cuales deba de ser asĆ. Incluso podrĆa ser submicroscĆ³pica, demasiado pequeƱa para ser visible. La nave extraƱa debiĆ³ contactar deliberadamente, a una distancia de pocos metros. Y los disparos, a esa distancia, la destruyeron por completo. Por eso no vieron un casco carbonizado como prueba de que habĆa sido destruida -sonriĆ³-. Lo felicito, teniente Ross, por su punterĆa. Desde luego, en el futuro las descargas visuales serĆ”n innecesarias. Hemos modificado inmediatamente los detectores y calculadores de las naves de todas clases a fin de que detecten y seƱalen objetos incluso de tamaƱo diminuto.
Ross dijo:
āGracias, seƱor. ĀæPero no opina que el hecho de que la nave que vimos, al margen de su tamaƱo, fuera una imitaciĆ³n de una de nuestras naves de clase Rochester prueba que los extraƱos ya saben sobre nosotros mucho mĆ”s que nosotros sobre ellos, incluido probablemente el emplazamiento de nuestro planeta natal? ĀæY que, aunque sean hostiles, el reducido tamaƱo de su aparato es lo que les impide expulsarnos del sistema?
āEs posible. O ambas cosas son ciertas o ninguna lo es. Es evidente que, al margen de su habilidad telepĆ”tica, tĆ©cnicamente son muy inferiores a nosotrosā¦ o, de lo contrario, no imitarĆan nuestro diseƱo de naves espaciales. Tuvieron que leer la mente de algunos de nuestros ingenieros para copiar ese diseƱo. Sin embargo, aunque supongamos que eso es verdad, quizĆ” todavĆa no conocen el emplazamiento de Sol. Las coordenadas espaciales serĆan sumamente difĆciles de traducir y el nombre Sol no significarĆa nada para ellos. AdemĆ”s, su descripciĆ³n aproximada coincidirĆa con las de otros millares de estrellas. De todos modos, estĆ” en nuestras manos encontrarlos y exterminarlos antes de que ellos nos encuentren a nosotros. Hemos dado la alerta a todas las naves que estĆ”n en el espacio para que los busquen y las hemos equipado con instrumentos especiales para detectar objetos pequeƱos. Estado de guerra. QuizĆ”s sea redundante decirlo: siempre existe un estado de guerra con los extraƱos.
āSĆ, seƱor.
āEso es todo, caballeros. Pueden retirarse.
En el pasillo, dos guardias armados esperaban. Cada uno de ellos se colocĆ³ a un lado del capitĆ”n May.
May dijo rƔpidamente:
āDon, no digas nada. Lo esperaba. No olvides que desobedecĆ una orden importante y que el almirante dijo que estaba condenado a muerte. Mantente al margen de esto.
Con los puƱos cerrados y los dientes fuertemente apretados, Don Ross vio cĆ³mo los guardias se llevaban a su amigo. SabĆa que May tenĆa razĆ³n; no podĆa hacer nada salvo meterse en lĆos mayores que aquel en el que May ya estaba metido y empeorar la situaciĆ³n de su amigo.
SaliĆ³ casi ciegamente del Edificio del Almirantazgo. SaliĆ³ y se emborrachĆ³ en seguida pero de nada le sirviĆ³.
TenĆa la acostumbrada licencia de dos semanas antes de volver a presentarse para cumplir con sus deberes espaciales y sabĆa que le convendrĆa aclarar su mente en ese perĆodo. Fue a ver a un siquiatra y hablĆ³ hasta perder la mayor parte de su amargura y su sentimiento de rebeldĆa.
VolviĆ³ a sus libros de texto y se sumergiĆ³ en la necesidad de una estricta e indiscutible obediencia a la autoridad militar, en la necesidad de una vigilancia incesante a la espera de razas extraƱas y en la necesidad de exterminarlas siempre que las encontrara.
GanĆ³; se convenciĆ³ a sĆ mismo de cuĆ”n impensable habĆa sido creer que el capitĆ”n May pudiera haber sido totalmente perdonado por haber desobedecido una orden, por el motivo que fuese. Incluso se sintiĆ³ horrorizado por haber consentido en esa desobediencia. Desde luego, tĆ©cnicamente era intachable; May habĆa estado al mando de la nave y la decisiĆ³n de regresar a la Tierra en lugar de volar hacia el espacio -y la muerte- provino de Ć©l. Como subordinado, Ross no habĆa compartido la responsabilidad. Pero ahora, como persona, le remordĆa la conciencia por no haber tratado de convencer a May de que no desobedeciera.
ĀæQuĆ© serĆa del Cuerpo Espacial sin obediencia?
ĀæCĆ³mo podĆa compensar lo que ahora consideraba su negligencia culpable, su delito? Durante ese perĆodo mirĆ³ Ć”vidamente los telenoticieros y supo que, en algunos otros sectores del espacio, habĆan destruido otras cuatro naves extraƱas. Gracias a los instrumentos de detecciĆ³n mejorados, todas fueron destruidas al ser avistadas; no hubo comunicaciĆ³n despuĆ©s del primer contacto.
Durante el dĆ©cimo dĆa de licencia, puso fin a las vacaciones por decisiĆ³n propia. RegresĆ³ al Edificio del Almirantazgo y pidiĆ³ audiencia con el almirante Sutherland. Obviamente, se rieron de Ć©l, pero lo esperaba. LogrĆ³ que llevaran hasta el almirante un conciso mensaje verbal. Simplemente decĆa: Ā«Tengo un plan que probablemente nos permitirĆ” encontrar el planeta de los extraƱos sin que nosotros corramos riesgosĀ».
Sin duda alguna, esas palabras le abrieron paso.
PermaneciĆ³ en posiciĆ³n de firmes ante el escritorio del almirante y dijo:
āSeƱor, los extraƱos han intentado contactamos. No han podido hacerlo debido a que los destruimos al contactarlos, antes de que enviaran un pensamiento telepĆ”tico completo. Si les permitimos que se comuniquen, existe la posibilidad de que delaten, accidentalmente o de otro modo, el emplazamiento de su planeta natal.
El almirante Sutherland respondiĆ³ secamente:
āY lo hagan o no, podrĆan descubrir el del nuestro siguiendo la nave a su regreso.
āSeƱor, mi plan cubre esa contingencia. Sugiero que me envĆen al mismo sector donde se estableciĆ³ el contacto inicialā¦ esta vez en una nave monoplaza y desarmado. Solicito que esta misiĆ³n sea ampliamente difundida a fin de que todos los hombres del espacio lo sepan y sepan que estoy en una nave desarmada con el fin de establecer contacto con los extraƱos. Opino que ellos se enterarĆ”n. Seguramente logran recibir pensamientos a larga distancia pero enviarlos, por lo menos a mentes terrĆ”queas, solo a distancias muy cortas.
-Teniente, ĀæcĆ³mo lo ha deducido? No se preocupe, coincide con lo calculado por nuestros lĆ³gicos. Dicen que el hecho de que hayan robado nuestra ciencia, por ejemplo para copiar nuestras naves a escala menor, antes de que reparĆ”ramos en su existencia, demuestra su capacidad de leer nuestros pensamientos aā¦ bueno, a distancia moderada.
āSĆ, seƱor. Supongo que si la noticia de mi misiĆ³n llega a toda la flota, los extraƱos se enterarĆ”n. Y al saber que mi nave estĆ” desarmada, establecerĆ”n contacto. AveriguarĆ© quĆ© tienen que decirme, que decirnos, y es posible que ese mensaje incluya una pista acerca del emplazamiento de su planeta natal.
āY en ese caso el planeta durarĆa un mĆ”ximo de veinticuatro horas -dijo el almirante Sutherland-. ĀæPero quĆ© me dice de lo contrario, teniente? ĀæNo existe la posibilidad de que lo sigan a su regreso?
āSeƱor, aquĆ es donde no tenemos nada que perder. RegresarĆ© a la Tierra solo si averiguo que ya conocen su emplazamiento. Creo que ya lo conocen gracias a sus habilidades telepĆ”ticasā¦ y que no nos han atacado porque no son hostiles o porque son demasiado dĆ©biles. Pero sea como fuere, si conocen el emplazamiento de la Tierra no lo negarĆ”n al hablar conmigo. ĀæPor quĆ© habrĆan de hacerlo? Lo considerarĆ”n un elemento favorable para ellos y creerĆ”n que estamos pactando. Si afirman que lo conocen aunque no sea ciertoā¦ me negarĆ© a aceptar su palabra a menos que me den pruebas.
El almirante Sutherland lo miraba atentamente. Dijo:
āHijo, usted tiene algo. Probablemente le costarĆ” la vida peroā¦ si no es asĆ y regresa con la novedad sobre el lugar de donde proceden los extraƱos, serĆ” el hĆ©roe de la raza. Probablemente acabarĆ” con mi trabajo. A decir verdad, siento la tentaciĆ³n de robarle la idea y hacer yo mismo el viaje.
āSeƱor, usted es demasiado valioso. Yo soy sacrificable. AdemĆ”s, seƱor, tengo que hacerlo. No son honores lo que deseo. Algo me pesa en la conciencia y quisiera compensarlo. DebĆ tratar de evitar que el capitĆ”n May desobedeciera Ć³rdenes. Yo no deberĆa estar aquĆ ahora, con vida. Debimos volar hacia el espacio, dado que no estĆ”bamos seguros de haber destruido al extraƱo.
El almirante carraspeĆ³.
āHijo, usted no es responsable de ello. En un caso como este, solo el capitĆ”n de la nave es responsable. Pero comprendo lo que quiere decir. Siente que, en espĆritu, desobedeciĆ³ Ć³rdenes porque en su momento coincidiĆ³ con la decisiĆ³n del capitĆ”n May. De acuerdo, eso pasĆ³ y su sugerencia lo compensa, aunque usted mismo no tripulara la nave de contacto.
āĀæPero puedo hacerlo, seƱor?
āPuede, teniente. Mejor dicho, puede hacerlo, capitĆ”n.
āGracias, seƱor.
āTendrĆ” una nave preparada dentro de tres dĆas. PodrĆamos tenerla antes, pero necesitaremos esos dĆas para que la flota conozca la noticia de nuestras Ā«negociacionesĀ». Pero debe comprender que bajo ninguna circunstancia se desviarĆ”, por iniciativa propia, de las limitaciones que usted ha precisado.
āSĆ, seƱor. A menos que los extraƱos ya conozcan el emplazamiento de la Tierra y lo demuestren fehacientemente, no regresarĆ©. VolarĆ© hacia el espacio. Le doy mi palabra, seƱor.
āMuy bien, capitĆ”n Ross.
***
La nave monoplaza volaba cerca del centro del Sector 1534, mƔs allƔ de Sirio. Ninguna otra nave patrullaba ese sector.
El capitƔn Don Ross estaba tranquilo y esperaba. Observaba la visiplaca y esperaba a que una voz hablara en el interior de su mente.
SurgiĆ³ cuando llevaba menos de tres horas de espera.
āHola, Donross ādijo la voz, y simultĆ”neamente aparecieron cinco minĆŗsculas naves espaciales en su visiplaca.
El Monold le indicĆ³ que cada una de ellas pesaba menos de treinta gramos. PreguntĆ³:
āĀæHe de hablar en voz alta o solamente debo pensar?
āNo tiene importancia. Puede hablar si desea concentrarse en un pensamiento determinado, pero primero guarde silencio un momento.
Medio minuto despuĆ©s, Ross creyĆ³ oĆr en su mente el eco de un suspiro y luego:
āLo siento. Supongo que esta charla no servirĆ” de nada para ninguno. VerĆ”, Donross, no conocemos el emplazamiento de su planeta natal. QuizĆ” podrĆamos haberlo averiguado pero no nos interesaba. No Ć©ramos hostiles y, a partir de las mentes de los terrĆ”queos, sabĆamos que no podĆamos correr el riesgo de ser amistosos. Por lo tanto, si usted obedece Ć³rdenes podrĆ” regresar para informar.
Don Ross cerrĆ³ los ojos un instante. Entonces ese era el fin, no tenĆa sentido seguir hablando. HabĆa dado su palabra al almirante Sutherland de que obedecerĆa las Ć³rdenes al pie de la letra.
āAsĆ es -dijo la vozā. Ambos estamos condenados, Donross, y lo que le digamos carece de importancia. No logramos atravesar el cordĆ³n de sus naves y hemos perdido a la mitad de nuestra raza en el intento.
-Ā”La mitad! ĀæQuiere decirā¦?
āSĆ, Solo Ć©ramos mil. Construimos diez naves, cada una de las cuales transportaba un centenar. Los terrĆ”queos destruyeron cinco naves; solo quedan cinco mĆ”s, las que usted ve, toda nuestra raza. A pesar de que va a morir, Āæle interesa saber algo sobre nosotros?
Don Ross asintiĆ³, olvidando que no podĆan verle, pero debieron de leer en su mente su afirmaciĆ³n.
āSomos una raza antigua, mucho mĆ”s antigua que la suya. Nuestro hogar es, o era, un minĆŗsculo planeta del compaƱero oscuro de Sirio; solo tiene ciento sesenta kilĆ³metros de diĆ”metro. Sus naves aĆŗn no lo han encontrado, pero solo es cuestiĆ³n de tiempo. Hace muchos, muchĆsimos milenios que somos inteligentes, pero jamĆ”s desarrollamos los viajes espaciales. Ni era necesario ni deseĆ”bamos hacerlo. Hace veinte aƱos de los suyos, una nave terrĆ”quea pasĆ³ cerca de nuestro planeta y captamos los pensamientos de los hombres que iban en ella. Entonces supimos que nuestra Ćŗnica seguridad, nuestra Ćŗnica posibilidad de supervivencia, consistĆa en un vuelo inmediato hasta los lĆmites mĆ”s lejanos de la galaxia. Gracias a esos pensamientos supimos que tarde o temprano nos encontrarĆan, aunque nos quedĆ”ramos en nuestro propio planeta, y que serĆamos implacablemente exterminados.
āĀæNo pensaron en combatir?
āNo. No podrĆamos haberlo hecho aunque lo hubiĆ©semos deseadoā¦ y no lo deseamos. Para nosotros es imposible matar. Si la muerte de un solo terrĆ”queo e incluso de un ser inferior asegurara nuestra supervivencia, no podrĆamos causarla. Usted no puede comprenderlo. Un momentoā¦ creo que puede hacerlo. Donross, usted no es como los demĆ”s terrĆ”queos. Pero volvamos a nuestra historia. Extrajimos detalles del viaje espacial de las mentes de los miembros de esa nave y los adaptamos a la diminuta escala de las naves que construimos. Hicimos diez, las suficientes para transportar a toda nuestra raza. Pero descubrimos que no podemos atravesar sus patrullas. Cinco de nuestras naves lo intentaron y todas han sido destruidas.
āYo hice una quinta parte: destruĆ una de sus naves āinformĆ³ Don Ross apesadumbrado.
āSe limitĆ³ a cumplir Ć³rdenes. No se culpe a sĆ mismo. En ustedes la obediencia estĆ” tan profundamente arraigada como en nosotros el odio a matar. Aquel primer contacto con la nave en que usted viajaba fue deliberado; tenĆamos que cercioramos de que nos destruirĆan al vernos. Pero a partir de entonces, y de una en una, otras cuatro naves nuestras han intentado pasar y todas han sido destruidas. Reunimos todas las restantes aquĆ cuando supimos que usted establecerĆa contacto con nosotros desde una nave desarmada. Pero aunque desobedeciera Ć³rdenes y regresara a la Tierra, estĆ© donde estĆ©, para informar de lo que acabamos de decirle, no darĆan Ć³rdenes de dejarnos pasar. TodavĆa hay muy pocos terrĆ”queos como usted. Es posible que en Ć©pocas futuras, cuando los terrĆ”queos lleguen al extremo mĆ”s lejano de la galaxia, haya mĆ”s seres como usted. Pero ahora, las posibilidades de que logremos hacer pasar siquiera una de nuestras naves son remotas. AdiĆ³s, Donross. ĀæQuĆ© significa esa extraƱa convulsiĆ³n de su mente y la contracciĆ³n de sus mĆŗsculos? No lo comprendo. Espereā¦ es el reconocimiento de que usted percibe algo incoherente. Aunque el pensamiento es demasiado complejo, demasiado confuso. ĀæDe quĆ© se trata?
Finalmente Don Ross logrĆ³ dejar de reĆr.
āEscuche, amigo alienĆgena que no puede matar ādijo Donā, los librarĆ© de esto. Me ocuparĆ© de que atraviesen nuestro cordĆ³n hacia la seguridad que desean. Pero lo divertido es el modo en que lo harĆ©. SerĆ” obedeciendo Ć³rdenes y yendo hacia mi propia muerte. SaldrĆ© al espacio extraterrestre para morir allĆ. Usted, todos ustedes, pueden acompaƱarme y vivir allĆ. Navestop. Sus minĆŗsculas naves no aparecerĆ”n en los detectores de la patrulla si tocan esta nave. Y por si eso fuera poco, la fuerza de gravedad de esta nave los empujarĆ” y no tendrĆ”n que utilizar combustible hasta que estĆ©n mĆ”s allĆ” del cordĆ³n y fuera del alcance de sus detectores. PodrĆ© recorrer, como mĆnimo, cien mil parsecs antes de que se agote el combustible.
Hubo una prolongada pausa hasta que la voz en la mente de Don Ross dijo, dƩbil y suavemente:
āGracias.
EsperĆ³ hasta que las cinco naves desaparecieron de su visiplaca y oyĆ³ cinco ligeros sonidos cuando hicieron contacto con el casco de su propia nave. DespuĆ©s volviĆ³ a reĆr. Y obedeciĆ³ Ć³rdenes: volĆ³ hacia el espacio y la muerte.
En un minĆŗsculo planeta de una estrella lejana y dĆ©bil, invisible desde la Tierra, y en el extremo mĆ”s lejano de la galaxia, cinco veces la distancia que el hombre ha penetrado en el espacio, se eleva la estatua de un terrĆ”queo. Es algo impresionante, de veinticinco centĆmetros de altura y exquisita factura.
Los bichos se deslizan sobre ella, pero tienen derecho a hacerlo; la construyeron y la honran.
La estatua es de un metal sumamente duro. En un mundo sin atmĆ³sfera, durarĆ” eternamenteā¦ o hasta que los terrĆ”queos la encuentren y la destruyan. A menos que, desde luego, para entonces los terrĆ”queos hayan cambiado profundamente.
Te recuerdo que puedes preguntarme todo lo que necesites en Telegram.
Ā”Escribe mucho y disfruta!