¿Cuáles son los elementos de terror que deben estar presentes en cualquier historia que pretenda dar miedo? La respuesta es que esto depende de las lectoras porque, a fin de cuentas, cada una teme a su propio lobo feroz.
Sin embargo, hay ciertos elementos que harán que tu historia resulte, como poco, inquietante. Independientemente de si basas tu terror en monstruos clásicos, dioses primigenios o la oscuridad del alma humana. Y es que, por mucho que metas dentro de una coctelera tres vampiros, una casa encantada, zarzas parlantes, una señora con ojos rojos y lo agites todo a un ritmo enloquecido, si no sigues unas pocas normas generales no vas a tener éxito.
¿Qué es el éxito para una escritora de terror?
Esta es una pregunta fácil: que sus historias de terror den miedo.
Personalmente, encuentro muy difícil asustar a nadie con una historia. Una se pone delante de la tele y la banda sonora de una película, las apariciones sorpresivas y la atmósfera suelen apañárselas bastante bien para causar sobresaltos. Por desgracia, eso se pierde cuando lees. No es lo mismo que ante tus ojos aparezca un señor de la nada en medio de una habitación con cuerpos colgando de ganchos de carnicero, acompañado por un piano ominoso, que leer la frase que acabas de leer.
Elementos del terror fundamentales: la indefensión
Esta es menos fácil, pero tenemos la suerte de que Juan González Mesa lo explica estupendamente es su artículo El Terror, un juego de niños; publicado en el número 7 de la revista Supersonic. Según este autor, el miedo nace de un sentimiento de INDEFENSIÓN. Anótalo bien: tus lectoras deben sentirse indefensas, vulnerables. Deben creer que algo malo, muy malo, les puede pasar.
El miedo es una reacción espontánea, irracional, primitiva, que sirve para mantenernos a salvo. Una buena escritora de terror debe saber qué situaciones, experiencias o personajes son capaces de crear por sí mismos una situación de alerta.
También debe saber cómo crear esa sensación poco a poco. En realidad se trata de que tus lectoras se encuentren con elementos o situaciones que no saben cómo interpretar, que no encajan ni parecen del todo razonables. Introduciéndolas de manera sabia, siguiendo una progresión ascendente, por ejemplo, la lectora se encontrará inquieta al principio y la tensión irá aumentando hasta que la historia se resuelva en el momento del clímax narrativo.
Producir tensión, inquietud, es una buena meta. Provocar ese picor que se instala allá por la zona del hipotálamo y que a lo mejor provoca un sueño intranquilo, o que las imágenes de tu historia regresen a la cabeza de quien las ha leído unas horas, unos días o unos meses más tarde.
Los 5 elementos de terror que te vendrá bien manejar como una experta
1. Empatía
No vamos a inventar la rueda. Igual que en todas las historias de todos los géneros del mundo, para enganchar a tu lectora tienes que hacer que empatice con tu protagonista. O con todos los secundarios a los que vas a matar poco a poco de horribles y dolorosas formas. Si en una historia de terror no logras que los hechos traspasen la frontera del papel, tu lectora habrá perdido el tiempo.
Yo leo terror para que se me quede mal cuerpo primero y para sentirme a salvo después ¿Por qué se me queda mal cuerpo? Porque durante un momento me creo que algo malo puede pasarme (me siento indefensa) y eso sucede porque empatizo con los personajes, la autora es capaz de hacer que yo me ponga en su pellejo. Luego, cuando termino de leer, es cuando me siento a salvo de nuevo.
Que tu lectora empatice no quiere decir que tus personajes deban caerle bien. Oh, no. Yo tengo una fama muy merecida de escribir personajes femeninos que caen mal a mis lectoras. No escribo sobre personas admirables o encantadoras, sino sobre gente mezquina y pequeña, débil o torpe. Pero es que ¿te cuento un secreto? Aunque todas queremos creer que somos buenas, generosas, fuertes, honestas, incorruptibles y todo lo demás, en nuestro fuero interno sabemos que somos humanas y por eso nos identificamos con personajes imperfectos.
Haz imperfecto a tu personaje para generar empatía.
2. El tempo
Hablaba más arriba de crear una escalada de inquietud para llegar a un punto de tensión que se resolviera en el famoso clímax. Para encontrar el punto justo y que esto funcione hay que leer mucho relato de terror y ver alguna película buena del género. Como espectadora desengañada no me queda más remedio que soltar un clásico del celuloide: El Exorcista. Intenta quitarte de la cabeza las escenas de la segunda mitad de la película, que han perdido vigencia y que además no son las que dan miedo. Lo que da miedo es lo que pasa antes.
El sonido de «eso» desconocido que repta en el ático limpio.
Las trampas para ratas, que están vacías.
El frío inopinado.
La ciencia incapaz de resolver el misterio de lo que le sucede a una niña inocente.
Las sombras intermitentes que aparecen de forma aleatoria.
La mentalidad obtusa de quienes deciden creer que no pasa nada porque no pueden explicarlo.
Blatty te lleva de la mano por un montón de elementos que no cuadran, que te ponen en alerta, que te preparan para salir corriendo en el momento en que aparece el peligro real.
Esto mismo, pero con un nivel de complejidad y profundidad muy superior es lo que hace Charlotte Perkins Gilman en El empapelado amarillo.
3. La atmósfera
Si hay un género en el que la atmósfera es importante, ese es el terror. Pero tengamos cuidado de no caer en el cliché: hospitales abandonados, orfanatos, quirófanos sucios, sótanos, casas abandonadas, bosques tenebrosos, montañas alejadas, castillos de Drácula… Todo eso estaba muy bien en los tiempos en los que estaba muy bien, que no son los nuestros. Vivimos en la era de internet, momento histórico en el que a la gente le da más miedo un unfollow en Twitter que las sombras como garfios proyectadas por las ramas de los árboles.
Ahora se venden excursiones organizadas a lugares que quizá fueran escalofriantes pero que se han convertido en parques temáticos de cartón piedra. Funciona mejor emplear espacios domésticos. Convertir la oficina, la cocina de tu casa, el salón, el parque donde juegan los niños del barrio, en sitios aterradores. Y sí, resulta un poco repetitivo, no obstante hay que hacerlo. Y puedes lograrlo colocando en ellos elementos que no deberían estar allí. El ejemplo de autor ideal para tratar lo inapropiado como si fuera normal es Kafka. No me canso de citar la primera frase de La Metamorfosis: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.” Y ya está. Kafka no carga más las tintas. Ni falta que le hace.
Unos ejemplos de cómo hacer algo parecido con los escenarios.
Armando llevó a los niños a su parque favorito, el del ahorcado.
Almudena se levantó con los ojos pegados por las legañas y saludó al sumidero del lavabo. A veces el eco le respondía.
Rita imaginó que unas cuchillas semejantes a las de Ben-Hur salían de los tapacubos de su Renault. ¿Cuánto le duraría el atasco si dispusiera de ellas?
Roberto abrió la puerta del cuarto de servidores. Siempre le parecía que respiraban. El frío tampoco ayudaba a convertir la habitación en un lugar agradable.
¿Te das cuenta de lo que diferencia las dos últimas frases de las dos primeras?
4. El punto de vista
Sí, el parque del ahorcado y el sumidero que contesta se parecen más a Gregorio Samsa que las cuchillas de Ben Hur y el cuarto de servidores. Un narrador omnisciente en tercera persona, alejado de los hechos y de las emociones del texto requiere de una pericia mayor a la hora de generar descripciones extrañas.
Si has logrado que tus lectoras empaticen con tus personajes, los puntos de vista más cercanos te darán una gran variedad de recursos para generar extrañeza y por tanto inquietud y por tanto tensión y por tanto un clímax cuya resolución resulte satisfactoria.
¿Qué puede hacer un punto de vista cercano por ti? ¿Por qué es uno de los elementos de terror más potentes?
Te deja manipular la realidad a gusto del personaje cuya perspectiva adoptes. Si tu narradora cuenta las cosas desde la óptica de alguien con cierto grado de paranoia, tu lectora solo temdrá acceso a una realidad distorsionada. Ya decidirás tú, autora, cuándo y cómo le cuentas la verdad.
Te deja entretejer la realidad del personaje con la realidad de la narración. Ya sabes, tu personaje posee unas características y un modo de hablar determinados y tu narradora, otros. Alternar ambos de manera razonable da pistas, sí, pero también crea disonancias cognitivas. Y el cerebro reacciona poniéndose muy alerta cuando no es capaz de integrar todos los elementos que le presentas.
Te ayuda a crear esa empatía. Hay que tener cuidado con las emociones. Sobre todo hay que tener cuidado porque son todo lo contrario de Beetlejuice: cuando las nombras tres veces, desaparecen. Así que si te acercas lo bastante como para mostrar esas emociones sin mencionarlas, es posible que tu lectora las sienta también más cerca de ella que si se las cuentas. En “Rita imaginó que cuchillas a lo Ben-Hur salían de los tapacubos de su Renault. ¿Cuánto le duraría el atasco si dispusiera de esas cuchillas?”, la primera frase es muy lejana, pero la segunda te mete de un tirón en la cabeza de Rita. Te plantea una pregunta que quieres contestar.
5. El villano, un elemento de terror vital
Nos dolerá más o menos, pero hay que ser muy bueno para presentar al villano como villano desde el principio y que la historia siga causando inquietud.
Si el terror es nuevo para ti o si quieres ir a lo seguro, prueba a esconder el origen del mal. Esto está muy enlazado con lo que decíamos de que el cuerpo se pone en modo alerta para salvarnos del peligro. Puedes dar pistas que no sean definitivas, porque reconocer el peligro no elimina la alerta, solo afina sus mecanismos. Pero si tu lectora sabe a dónde vas, cómo vas a llegar y lo que te espera allí ¿no es más fácil que cierre tu novela y busque nuevas emociones en otro sitio?
Debes llevarla de la mano por un laberinto de inquietud, por una caseta de feria de aquellas con suelos inclinados, perspectivas estrambóticas, luces intermitentes y muchos espejos. Que crea que el asesino es el mayordomo para que puedas matar al mayordomo en la escena siguiente.
Eso sí: recuerda siempre, siempre, siempre, que el terror, por mucho que beba de la confusión en ocasiones, si no es coherente no es terror: es trampa.
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