Algo que distingue a las grandes novelistas del resto es su capacidad para evocar emociones profundas en las lectoras. El dolor emocional es una experiencia universal y, al mismo tiempo, muy íntima. Por eso resulta tan difícil plasmarlo correctamente cuando escribimos. Porque no deja marcas visibles en quienes lo padecen, pero su impacto puede ser igual o más devastador que el de una fractura de huesos.
A través de nuestras obras, las escritoras tenemos la oportunidad única de poner sobre la mesa estas heridas invisibles de las que no suele hablarse, lo que nos ayuda a crear una conexión profunda con las lectoras. Describir el dolor psicológico en la ficción requiere un equilibrio delicado: debe ser lo suficientemente vívido como para resultar creíble, pero no tan abrumador que lleve a cerrar el libro. Hoy hablaremos de técnicas y estrategias efectivas para describir el dolor emocional en la narración. Al final del artículo dispondrás de un nuevo arsenal de herramientas que harán mucho más fácil esta tarea.
Entender el dolor psicológico
A diferencia del dolor físico, imposible de ignorar porque se manifiesta a través de heridas evidentes, el dolor psicológico se parece más a un susurro desde las sombras, un telón de fondo, ponzoñoso y oscuro, que afecta profundamente a los personajes y, por tanto, a la trama.
¿Qué es el dolor psicológico?
El dolor psicológico abarca diferentes experiencias emocionales negativas que incluyen la tristeza, la ansiedad, la soledad, la pérdida y el rechazo, entre otras.
Este tipo de dolor es tan real y a menudo más duradero que el físico, porque se aloja en la mente y afecta a la percepción de una misma y de nuestro lugar en el mundo. Para nosotras las escritoras, entender estas emociones es crucial, no solo porque nos ayudan a construir personajes tridimensionales, sino también para tejer tramas que resuenen por su autenticidad y profundidad emocional.
Diferencias entre el dolor emocional y el dolor físico
Mientras que el dolor físico puede medirse (hasta cierto punto) y es observable, el dolor emocional se considera subjetivo y multifacético. Su representación requiere que nos sumerjamos en la psique del personaje. Debemos conocer no solo la causa del dolor, sino también su impacto en los comportamientos, pensamientos y relaciones de nuestras protagonistas. Ese conocimiento nos permitirá provocar empatía en nuestras lectoras, lo que hará que conecten mejor con nuestros personajes y que se interesen por sus destinos; es decir, que sigan leyendo nuestro libro hasta el final y, con suerte, dejen una reseña positiva donde corresponda.
Ejemplos de situaciones que causan dolor emocional
Antes de nada, me gustaría aclarar que no existe el dolor psicológico “tonto”. A continuación te hablo de algunas situaciones fácilmente identificables como origen de traumas, pero cada personaje es un mundo y no hace falta que lo sometas a grandes desastres para que sus emociones afloren. Dicho esto, solemos relacionar el dolor psicológico con:
La pérdida
Ya sea la muerte de un ser querido, el fin de una relación significativa o la pérdida de un sueño, la experiencia de perder algo o alguien importante puede ser devastadora. La ridícula idea de no volver a verte de Rosa Montero habla del duelo de la autora tras la pérdida de su esposo, entrelazando su experiencia personal con la biografía de Marie Curie, quien sufrió la misma pérdida. La novela es un testimonio del proceso de duelo y de cómo el dolor transforma.
El rechazo
Ser rechazado por alguien importante, ya sea en el contexto de una relación personal, profesional o social, puede dejar cicatrices emocionales duraderas. El Perfume, de Parick Süskind,, narra la vida de Jean-Baptiste Grenouille, un hombre con un don extraordinario para percibir olores, pero que, a su vez, se ve rechazado por la sociedad debido a su falta de olor corporal propio. A través de la singular y perturbadora vida de Grenouille, Süskind explora las consecuencias del aislamiento social y el rechazo, y cómo estos pueden conducir a la obsesión y
la deshumanización.
La traición
Descubrir que alguien en quien confiabas te ha traicionado es una fuente profunda de dolor emocional. La casa de los espíritus de Isabel Allende, aborda la traición a nivel personal y político a través de varias generaciones de la familia Trueba. La habilidad de Allende para entretejer ambas esferas ofrece una visión compleja de cómo las traiciones afectan las relaciones y la vida de los personajes.
El fracaso
No alcanzar las metas personales, profesionales o académicas puede desencadenar sentimientos intensos de falta de valor y desesperanza. Nada de Carmen Laforet, narra la historia de Andrea, una joven que se muda a Barcelona llena de esperanzas y sueños. La novela explora el tema del fracaso (y muchos otros) no solo en términos de las aspiraciones de Andrea sino también en el contexto de la posguerra española.
Entender y describir estas situaciones no solo requiere empatía y sensibilidad, sino también una reflexión profunda sobre cómo estas experiencias moldean la vida de los personajes.
Técnicas narrativas para describir el dolor emocional
No existe un manual de instrucciones único que vaya a decirte cómo plasmar el dolor emocional en tus narraciones. Cada novela, al igual que cada escritora tiene sus propias necesidades y el modo en que decidas abordar este tema dependerá en gran medida del tono, el género y el propósito de tu obra.
Dicho esto, estas son algunas de las técnicas que puedes utilizar para mostrar el sufrimiento interno de tus personajes.
Lenguaje sensorial
El dolor emocional, aunque no es visible, puede describirse a través de sensaciones físicas. Describir cómo se siente el personaje en ese sentido (un nudo en el estómago, un vacío en el pecho, escalofríos) puede ayudar a materializar el dolor psicológico, haciéndolo más tangible para tus lectoras.
Esto es un fragmento, de Kitchen, de Banana Yoshimoto:
Cada vez que abría la puerta sentía un escalofrío. Aquel lugar, desde que ya no vivía allí, había acabado por parecerse a la cara de un extraño.
Silenciosa y oscura, no hay vida. ¿No es como si evitaran mirarme todas aquellas cosas que estaba acostumbrada a ver? En vez de decir: «Hola, ya estoy aquí», debo entrar de puntillas, diciendo: «¿Molesto?».
Mi abuela murió, y con ella murió también el tiempo de aquella casa.
Diálogos y monólogos internos
Ambas son herramientas muy poderosas para explorar la profundidad del dolor psicológico de un personaje. A través de ellos, puedes revelar las luchas internas, miedos, recuerdos y esperanzas que configuran la experiencia emocional del personaje. Si buscas una inmersión profunda en la psique de tu protagonista, esta es la técnica que necesitas.
Este es de Virginia Woolf, en La señora Dalloway:
[…] Pero Peter, por hermosos que fueran los árboles, o el césped o la niña vestida de color de rosa, no veía nada. Si Clarissa se lo pedía, Peter se ponía las gafas; y miraba. Lo que le interesaba era el estado del mundo; Wagner, la poesía de Pope, el carácter de las gentes eternamente, y los defectos del alma de Clarissa. ¡Cómo la reñía! ¡Cómo discutían! Clarissa se casaría con un primer ministro y permanecería en pie en lo alto de una escalinata; la perfecta dama de sociedad, la llamó Peter (por esto lloró en su dormitorio), tenía las hechuras de la perfecta dama de sociedad, decía Peter.
Por esto, Clarissa se encontró todavía discutiendo en St. James Park, todavía convenciéndose de que había acertado -como realmente acertó- al no casarse con Peter. Ya que en el matrimonio, entre personas que viven juntas día tras día en la misma casa, debe haber un poco de tolerancia, un poco de independencia; cosas que Richard le concedía, y ella a él. (Por ejemplo, ¿dónde estaba Richard aquella mañana? En la reunión de algún comité, aunque Clarissa nunca se lo preguntaba.) Pero, en el caso de Peter, era preciso compartirlo todo, meterse en todo. Y esto era intolerable, y, cuando se produjo aquella escena, junto a la fuente, en el jardincillo, Clarissa tuvo que romper con él, ya que de lo contrario, y de ello estaba convencida, ambos hubieran quedado aniquilados, destruidos. A pesar de lo cual, Clarissa había llevado durante años, clavado en el corazón, el dardo de la pena y de la angustia: ¡y luego el horror de aquel momento en que alguien le dijo, en un concierto, que Peter se había casado con una mujer a la que había conocido en el barco rumbo a la India! Fue un momento que Clarissa nunca olvidaría. Peter la motejaba de fría, sin corazón y mojigata. Clarissa nunca pudo comprender la intensidad de los sentimientos de Peter. Pero al parecer sí podían aquellas mujeres indias, tontas, lindas, frágiles, insensatas.
Metáforas, símiles e imágenes
El uso de este tipo de recursos permite representar el dolor emocional de manera abstracta pero impactante. A través de imágenes y símbolos, puedes evocar emociones y estados de ánimo que resonarán con las lectoras de manera que les permitan una conexión emocional intensa sin necesidad de descripciones explícitas.
Mira esta imagen de Toni Morrison en Beloved:
Nunca le pareció tan terrible como en realidad era y eso la llevó a preguntarse si el infierno no sería también un lugar bonito. Fuego y azufre, sí, pero oculto entre bosquecillos de encaje. Los chicos colgados de los sicomoros más hermosos del mundo. Se avergonzó: recordaba mejor los bellos árboles susurrantes que a los chicos. Por mucho que intentara lo contrario, los sicomoros resaltaban más que los chicos y ella no podía perdonarle eso a su memoria.
Es tan rico el inicio de Peach, de Emma Glass, que dejo a continuación, que no es fácil ponerle una etiqueta:
La lana lamiendo las heridas, la lana gruesa andrajosa pegajosa cosiendo mientras ando los cortes de mi mano enguantada contra la pared. Ladrillos rugosos y rojos desgajando la lana. Desgarrando la piel. Piel rugosa y roja. Cabeza rugosa y roja. Saco la mano del guante mullido y hago un gesto de dolor cuando los hilos rasgados se enganchan en los rasguños de mis nudillos. Está muy oscuro.
Arcos narrativos
El dolor emocional puede funcionar como catalizador para el crecimiento y desarrollo del personaje. Integrarlo en su arco narrativo les añade profundidad y realismo. Es importante mostrar no solo el dolor en sí mismo sino también cómo este afecta las decisiones, relaciones y transformaciones del personaje a lo largo de la historia.
Al final del artículo te dejo un relato de Liliana Heker, La fiesta ajena, para que veas cómo crear un evento traumático. Un buen ejercicio sería trabajar la vida adulta de la protagonista para averiguar cómo este hecho afecta a sus decisiones personales, a sus relaciones y a su manera de ver el mundo.
Flashbacks
Los flashbacks te ayudarán a mostrar las raíces del dolor emocional y cómo este ha influido en el presente del personaje. Se trata de intercalar recuerdos significativos en la narración para a construir una historia rica en matices que arroje luz sobre el impacto duradero del dolor psicológico.
Así los usa Ursula K. Leguin en Lavinia:
Caímos enfermos: primero el bebé, luego Latino, con su cara redonda, sus grandes orejas y sus ojos claros, y luego yo. Recuerdo los extraños sueños de la fiebre. Mi abuelo, el pájaro carpintero, volaba hasta mí, me picoteaba en la cabeza y yo lloraba de dolor. Al cabo de un mes, más o menos, mejoré y me recuperé, pero la fiebre de los niños no hacía más que remitir y regresar, remitir y regresar. Estaban cada vez más consumidos, pero entonces pareció que iban a recuperarse. Lauren succionaba con avidez los pechos de mi madre y Latino abandonó la cama para jugar conmigo. Al poco tiempo, la fiebre regresó y se los llevó. Una tarde, a Latino le dieron convulsiones. La fiebre era como un perro que zarandea una rata hasta matarla, y lo zarandeó a él hasta matarlo, al príncipe heredero, a la esperanza del Lacio, a mi compañero de juegos, a mi querido hermano. Aquella noche, el bebé se durmió plácidamente. Tenía la fiebre baja. A la mañana siguiente expiró entre mis brazos con un jadeo y un estremecimiento, como un gatito. Y mi madre enloqueció de tristeza.
Consejos prácticos para describir el dolor emocional
1 El equilibrio es el rey
Decide qué intensidad de dolor emocional que quieres transmitir y ajusta su presencia en tu narrativa. No todas las escenas requieren la misma intensidad, así que tendrás que alternar momentos de mayor carga emocional con otros más ligeros para crear un ritmo narrativo que mantenga a tus lectoras enganchadas sin agobiarlas.
Ejemplo de texto en el que se cargan las tintas, que está lleno de palabras y en el que no se ve nada porque es muy tremendo pero igualmente abstracto:
En cada esquina de su mente, las sombras se cernían, densas y pesadas, como un manto de desesperación que no lograba sacudirse. Cuando pensaba en su traición sentía que algo se retorcía en su pecho con cada latido, una tormenta implacable que arrasaba con cualquier vestigio de paz. Quería gritar de rabia, pero las palabras se ahogaban en su garganta, incapaces de atravesar el muro de su sufrimiento. Boqueaba en un océano de tristeza, donde cada intento de respirar solo la hundía más en las oscuras profundidades de su propia mente.
Y aquí tienes un ejemplo más templado en el que, aunque no sea perfecto, al menos vemos el efecto del dolor en el personaje:
La tristeza se asomaba a su mirada en los momentos más inesperados. Cuando estaba sola, la sentía como un susurro o un eco tan leve que casi podía ignorarse. Hasta que abría el armario de la cocina, encontraba la taza favorita de él y recordaba que ya no regresaría. Sus sonrisas eran más tenues ahora, como si le costara un poco más esbozarlas. La melancolía la envolvía suavemente como una colcha o una burbuja blanda que redondeaba las aristas de la vida. A contrario que antes de "aquello" los dibujos de su sobrina le parecían monigotes espantosos y no embriones de futras obras de arte. Debido a esa burbuja, no había asesinado a la niña, tan parecida a su tío, que mirarla podría haber sido como volver a la escena del accidente una y otra vez.
2 Utiliza el dolor para que la trama avance
En lugar de detenerte durante páginas en la descripción del dolor, úsalo como motor de la acción o el desarrollo del personaje. Pregúntate cómo el dolor motiva o transforma al personaje y cómo eso puede ayudarte a que la trama avance.
En Entrevista con el Vampiro de Anne Rice, el dolor emocional y el conflicto interno de Louis definen punto por punto la trama de la novela. Su complejidad emocional desencadena eventos clave íntimamente entrelazados con su sufrimiento.
La muerte de su hermano lo sume en una profunda desolación y lo convierte en la víctima perfecta para Lestat.
Una vez convertido en vampiro y multiplicado su dolor por el rechazo de su nueva naturaleza, la pareja de vampiros crea a Claudia. La idea es de Lestat, que ve cómo el existencialismo llorón de Louis puede llevarlo a abandonarle. Por supuesto, este acto, lejos de aliviar la soledad de ninguno de los dos, añade más conflicto a la trama. Claudia, atrapada eternamente en el cuerpo de una niña, cuestiona su creación y a sus creadores, con todo lo que eso acarrea.
Movido por su vacío interior, Louis viaja a París para buscar a otros de su especie. Espera encontrar respuestas sobre su naturaleza vampírica y quizás alivio a su dolor. Para sorpresa de nadie, el viaje desata nuevos eventos trágicos.
De hecho, cada acontecimiento en la vida de Louis está profundamente marcado por su dolor. El mismo no solo es un tema recurrente en la novela sino también el motor que impulsa la narrativa, que moldea sus relaciones y determina buena parte de sus acciones.
3 Se específica pero sutil
Los detalles concretos pueden hacer que el dolor parezca más tangible, pero la sutileza te ofrece un rango más amplio de oportunidades. Deja espacio para que las lectoras llenen los huecos con sus propias interpretaciones y emociones.
Kazuo Ishiguro lo hace constantemente en Nunca me abandones, una novela que trata sobre granjas de clones creados para la donación de órganos. El tono de la obra es melancólico y el tema tan desgarrador que no sabría tratarlo de otro modo si caer en el melodrama. Sirva este botón como muestra:
Y ¿por qué no habían de hacerlo? Los cuidadores no somos máquinas. Tratas de hacer todo lo que puedes por cada donante, pero al final acabas exhausto. No posees ni una paciencia ni una energía ilimitadas. Así que cuando tienes la oportunidad de elegir, eliges lógicamente a los de tu tipo. Es natural. No habría podido seguir tanto tiempo en esto si en algún punto del camino hubiera dejado de sentir lástima de mis donantes. Y, además, si jamás me hubieran permitido elegir, ¿cómo habría podido volver a tener cerca a Ruth y a Tommy después de todos estos años?
Pero, por supuesto, cada día quedan menos donantes que yo pueda recordar, y por lo tanto, en la práctica, tampoco he podido elegir tanto. Como digo, el trabajo se te hace más duro cuando no tienes ese vínculo profundo con el donante, y aunque echaré de menos ser cuidadora, también me vendrá de perlas acabar por fin con ello a finales de año.
4 Universaliza la experiencia
Doy por hecho que el dolor psicológico de tus personajes va originarse en una circunstancia única. Debe ser así porque para eso es tu novela. Sin embargo, las emociones que ese personaje experimenta —miedo, pérdida, amor no correspondido— son universales. Si te centras en estas emociones compartidas, las lectoras verán reflejadas sus propias experiencias.
En mi novela de fantasía “Barro”, el conflicto principal es entre una madre muy exigente y su hija. Te aseguro que la mayor parte de mis lectoras vivieron esa novela con el corazón en un puño porque todas tenemos madre y todas nos hemos peleado con ella alguna vez.
5 Crea personajes tridimensionales
Puede que tu protagonista lo esté pasando fatal, pero lo suyo es que su rango de emociones no se limite al dolor. Asegúrate de que viva algún momento de alivio o alegría. No solo porque es imposible vivir mucho tiempo sumido en la más absoluta tristeza, sino porque esos momentos de alivio harán que los golpes del destino sean mucho más impactantes y auténticos.
6 Incorpora detalles sensoriales y concretos:
Utiliza los cinco sentidos para describir cómo el personaje experimenta el dolor emocional. Esto no solo enriquece la narrativa sino que también ofrece a los lectores puntos de anclaje sensoriales con los que pueden identificarse fácilmente.
Diálogos y Pensamientos Internos: A través de los diálogos y especialmente de los monólogos internos, puedes mostrar cómo el personaje procesa su dolor. Estos momentos de introspección permiten a los lectores acceder directamente a la complejidad emocional del personaje, facilitando una conexión más profunda.
Evita el Melodrama: Mantén un tono auténtico y evita exagerar las emociones hasta el punto de perder credibilidad. El melodrama puede distanciar a los lectores en lugar de atraerlos. Confía en la fuerza de las emociones humanas reales para generar empatía y conexión.
Implementando estos consejos, puedes lograr una representación equilibrada y resonante del dolor emocional en tus obras, de manera que enriquezcas la experiencia lectora sin sobrecargarla. La clave está en la autenticidad, la moderación y la capacidad de reflejar la complejidad de la experiencia humana.
Lilina Heker, La fiesta ajena
–No me gusta que vayas –le había dicho–. Es una fiesta de ricos.
–Los ricos también se van al cielo–dijo la chica, que aprendía religión en el colegio.
Nomás llegó, fue a la cocina a ver si estaba el mono. Estaba y eso la tranquilizó: no le hubiera gustado nada tener que darle la razón a su madre. ¿Monos en un cumpleaños?, le había dicho; ¡por favor! Vos sí que te creés todas las pavadas que te dicen. Estaba enojada pero no era por el mono, pensó la chica: era por el cumpleaños.
–Qué cielo ni cielo –dijo la madre–. Lo que pasa es que a usted, m'hijita, le gusta cagar más arriba del culo.
A la chica no le parecía nada bien la manera de hablar de su madre: ella tenía nueve años y era una de las mejores alumnas de su grado.
–Yo voy a ir porque estoy invitada –dijo–. Y estoy invitada porque Luciana es mi amiga. Y se acabó.
–Ah, sí, tu amiga –dijo la madre. Hizo una pausa–. Oíme, Rosaura –dijo por fin–, esa no es tu amiga. ¿Sabés lo que sos vos para todos ellos? Sos la hija de la sirvienta, nada más.
Rosaura parpadeó con energía: no iba a llorar.
–Callate –gritó–. Qué vas a saber vos lo que es ser amiga.
Ella iba casi todas las tardes a la casa de Luciana y preparaban juntas los deberes mientras su madre hacía la limpieza. Tomaban la leche en la cocina y se contaban secretos. A Rosaura le gustaba enormemente todo lo que había en esa casa. Y la gente también le gustaba.
–Yo voy a ir porque va a ser la fiesta más hermosa del mundo, Luciana me lo dijo. Va a venir un mago y va a traer un mono y todo. La madre giró el cuerpo para mirarla bien y ampulosamente apoyó las manos en las caderas. –¿Monos en un cumpleaños? –dijo–. ¡Por favor! Vos sí que te creés todas las pavadas que te dicen.
Rosaura se ofendió mucho. Además le parecía mal que su madre acusara a las personas de mentirosas simplemente porque eran ricas. Ella también quería ser rica, ¿qué?, si un día llegaba a vivir en un hermoso palacio, ¿su madre no la iba a querer tampoco a ella? Se sintió muy triste. Deseaba ir a esa fiesta más que nada en el mundo.
–Si no voy me muero –murmuró, casi sin mover los labios. Y no estaba muy segura de que se hubiera oído, pero lo cierto es que la mañana de la fiesta descubrió que su madre le había almidonado el vestido de Navidad. Y a la tarde, después que le lavó la cabeza, le enjuagó el pelo con vinagre de manzanas para que le quedara bien brillante. Antes de salir Rosaura se miró en el espejo, con el vestido blanco y el pelo brillándole, y se vio lindísima.
La señora Inés también pareció notarlo. Apenas la vio entrar, le dijo:
–Qué linda estás hoy, Rosaura.
Ella, con las manos, impartió un ligero balanceo a su pollera almidonada: entró a la fiesta con paso firme. Saludó a Luciana y le preguntó por el mono. Luciana puso cara de conspiradora; acercó su boca a la oreja de Rosaura.
–Está en la cocina –le susurró en la oreja–. Pero no se lo digas a nadie porque es un secreto.
Rosaura quiso verificarlo. Sigilosamente entró en la cocina y lo vio. Estaba meditando en su jaula. Tan cómico que la chica se quedó un buen rato mirándolo y después, cada tanto, abandonaba a escondidas la fiesta e iba a verlo. Era la única que tenía permiso para entrar en la cocina, la señora Inés se lo había dicho: 'Vos sí pero ningún otro, son muy revoltosos, capaz que rompen algo". Rosaura, en cambio, no rompió nada. Ni siquiera tuvo problemas con la jarra de naranjada, cuando la llevó desde la cocina al comedor. La sostuvo con mucho cuidado y no volcó ni una gota. Eso que la señora Inés le había dicho: "¿Te parece que vas a poder con esa jarra tan grande?". Y claro que iba a poder: no era de manteca, como otras. De manteca era la rubia del moño en la cabeza. Apenas la vio, la del moño le dijo:
–¿Y vos quién sos?
–Soy amiga de Luciana –dijo Rosaura.
–No –dijo la del moño–, vos no sos amiga de Luciana porque yo soy la prima y conozco a todas sus amigas. Y a vos no te conozco.
–Y a mí qué me importa –dijo Rosaura–, yo vengo todas las tardes con mi mamá y hacemos los deberes juntas.
–¿Vos y tu mamá hacen los deberes juntas? –dijo la del moño, con una risita.
– Yo y Luciana hacemos los deberes juntas –dijo Rosaura, muy seria. La del moño se encogió de hombros.
–Eso no es ser amiga –dijo–. ¿Vas al colegio con ella?
–No.
–¿Y entonces, de dónde la conocés? –dijo la del moño, que empezaba a impacientarse.
Rosaura se acordaba perfectamente de las palabras de su madre. Respiró hondo:
–Soy la hija de la empleada –dijo.
Su madre se lo había dicho bien claro: Si alguno te pregunta, vos le decís que sos la hija de la empleada, y listo. También le había dicho que tenía que agregar: y a mucha honra. Pero Rosaura pensó que nunca en su vida se iba a animar a decir algo así.
–Qué empleada–dijo la del moño–. ¿Vende cosas en una tienda?
–No –dijo Rosaura con rabia–, mi mamá no vende nada, para que sepas.
–¿Y entonces cómo es empleada? –dijo la del moño.
Pero en ese momento se acercó la señora Inés haciendo shh shh, y le dijo a Rosaura si no la podía ayudar a servir las salchichitas, ella que conocía la casa mejor que nadie.
– Viste –le dijo Rosaura a la del moño, y con disimulo le pateó un tobillo.
Fuera de la del moño todos los chicos le encantaron. La que más le gustaba era Luciana, con su corona de oro; después los varones. Ella salió primera en la carrera de embolsados y en la mancha agachada nadie la pudo agarrar. Cuando los dividieron en equipos para jugar al delegado, todos los varones pedían a gritos que la pusieran en su equipo. A Rosaura le pareció que nunca en su vida había sido tan feliz.
Pero faltaba lo mejor. Lo mejor vino después que Luciana apagó las velitas. Primero, la torta: la señora Inés le había pedido que la ayudara a servir la torta y Rosaura se divirtió muchísimo porque todos los chicos se le vinieron encima y le gritaban "a mí, a mí". Rosaura se acordó de una historia donde había una reina que tenía derecho de vida y muerte sobre sus súbditos. Siempre le había gustado eso de tener derecho de vida y muerte. A Luciana y a los varones les dio los pedazos más grandes, y a la del moño una tajadita que daba lástima.
Después de la torta llegó el mago. Era muy flaco y tenía una capa roja. Y era mago de verdad. Desanudaba pañuelos con un solo soplo y enhebraba argollas que no estaban cortadas por ninguna parte. Adivinaba las cartas y el mono era el ayudante. Era muy raro el mago: al mono lo llamaba socio. "A ver, socio, dé vuelta una carta", le decía. "No se me escape, socio, que estamos en horario de trabajo".
La prueba final era la más emocionante. Un chico tenía que sostener al mono en brazos y el mago lo iba a hacer desaparecer.
–¿Al chico? –gritaron todos.
–¡Al mono! –gritó el mago.
Rosaura pensó que ésta era la fiesta más divertida del mundo.
El mago llamó a un gordito, pero el gordito se asustó enseguida y dejó caer al mono. El mago lo levantó con mucho cuidado, le dijo algo en secreto, y el mono hizo que sí con la cabeza.
–No hay que ser tan timorato, compañero –le dijo el mago al gordito.
–¿Qué es timorato? –dijo el gordito. El mago giró la cabeza hacia uno y otro lado, como para comprobar que no había espías.
–Cagón –dijo–. Vaya a sentarse, compañero.
Después fue mirando, una por una, las caras de todos. A Rosaura le palpitaba el corazón.
–A ver, la de los ojos de mora –dijo el mago. Y todos vieron cómo la señalaba a ella.
No tuvo miedo. Ni con el mono en brazos, ni cuando el mago hizo desaparecer al mono, ni al final, cuando el mago hizo ondular su capa roja sobre la cabeza de Rosaura, dijo las palabras mágicas... y el mono apareció otra vez allí, lo más contento, entre sus brazos. Todos los chicos aplaudieron a rabiar. Y antes de que Rosaura volviera a su asiento, el mago le dijo:
–Muchas gracias, señorita condesa.
Eso le gustó tanto que un rato después, cuando su madre vino a buscarla, fue lo primero que le contó.
– Yo lo ayudé al mago y el mago me dijo: "Muchas gracias, señorita condesa".
Fue bastante raro porque, hasta ese momento, Rosaura había creído que estaba enojada con su madre. Todo el tiempo había pensado que le iba a decir: "Viste que no era mentira lo del mono". Pero no. Estaba contenta, así que le contó lo del mago.
Su madre le dio un coscorrón y le dijo:
–Mírenla a la condesa.
Pero se veía que también estaba contenta.
Y ahora estaban las dos en el hall porque un momento antes la señora Inés, muy sonriente, había dicho: "Espérenme un momentito".
Ahí la madre pareció preocupada.
–¿Qué pasa? –le preguntó a Rosaura.
–Y qué va a pasar –le dijo Rosaura–. Que fue a buscar los regalos para los que nos vamos.
Le señaló al gordito y a una chica de trenzas, que también esperaban en el hall al lado de sus madres. Y le explicó cómo era el asunto de los regalos. Lo sabía bien porque había estado observando a los que se iban antes. Cuando se iba una chica, la señora Inés le regalaba una pulsera. Cuando se iba un chico, le regalaba un yo-yo. A Rosaura le gustaba más el yo-yo porque tenía chispas, pero eso no se lo contó a su madre. Capaz que le decía: "Y entonces, ¿por qué no le pedís el yo-yo, pedazo de sonsa?". Era así su madre. Rosaura no tenía ganas de explicarle que le daba vergüenza ser la única distinta. En cambio le dijo:
–Yo fui la mejor de la fiesta. Y no habló más porque la señora Inés acababa de entrar en el hall con una bolsa celeste y una bolsa rosa. Primero se acercó al gordito, le dio un yo-yo que había sacado de la bolsa celeste, y el gordito se fue con su mamá. Después se acercó a la de trenzas, le dio una pulsera que había sacado de la bolsa rosa, y la de trenzas se fue con su mamá.
Después se acercó a donde estaban ella y su madre. Tenía una sonrisa muy grande y eso le gustó a Rosaura. La señora Inés la miró, después miró a la madre, y dijo algo que a Rosaura la llenó de orgullo. Dijo:
–Qué hija que se mandó, Herminia.
Por un momento, Rosaura pensó que a ella le iba a hacer los dos regalos: la pulsera y el yo-yo. Cuando la señora Inés inició el ademán de buscar algo, ella también inició el movimiento de adelantar el brazo. Pero no llegó a completar ese movimiento. Porque la señora Inés no buscó nada en la bolsa celeste, ni buscó nada en la bolsa rosa. Buscó algo en su cartera.
En su mano aparecieron dos billetes.
–Esto te lo ganaste en buena ley–dijo, extendiendo la mano–. Gracias por todo, querida.
Ahora Rosaura tenía los brazos muy rígidos, pegados al cuerpo, y sintió que la mano de su madre se apoyaba sobre su hombro. Instintivamente se apretó contra el cuerpo de su madre. Nada más. Salvo su mirada. Su mirada fría, fija en la cara de la señora Inés.
La señora Inés, inmóvil, seguía con la mano extendida. Como si no se animara a retirarla. Como si la perturbación más leve pudiera desbaratar este delicado equilibrio.
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